Cuando la Albufera se convirtió en espejo roto de la DANA
La DANA que azotó Valencia el pasado 29 de octubre no solo dejó tras de sí un paisaje devastado en la Albufera, sino también a una comunidad de trabajadores, pescadores, guías y habitantes que ahora enfrentan el reto de reconstruir lo perdido. Mientras el agua invadía cada rincón del parque natural, pusimos en pausa nuestras propias vidas para ayudar. Un mes después, seguimos parados en lo laboral pero activos en lo emocional.

Un ecosistema paralizado
La Albufera es mucho más que un espacio natural protegido. Para quienes trabajamos en ella, es un hogar, una fuente de sustento y, sobre todo, una responsabilidad que va más allá de lo económico. Sin embargo, el impacto de la DANA ha puesto en jaque no solo al ecosistema, sino también a los medios de vida de muchas «familias» que dependemos de sus aguas,no solo nosotros sino nuestra fauna, todo un ecosistema.

Entre todos, los guías que recorremos la Albufera para mostrar su riqueza a miles de visitantes cada año seguimos aquí al pie del cañón. Las rutas en barca, esenciales para la visibilidad de la Albufera, llevan más de un mes paralizadas. Los canales, llenos de residuos y sedimentos, han hecho imposible navegar. Las visitas, se han visto en un parón obligado, y mientras tanto, las albuferenç, símbolo de una tradición centenaria, permanecen varadas, esperando un agua limpia que las invite de nuevo a mostrarlas.
Voluntad frente a la adversidad
En lugar de quedar de brazos cruzados, los trabajadores de la Albufera hemos dado un paso al frente. Conocemos mejor que nadie los rincones y secretos de este parque natural, y nuestra experiencia de padres a hijos se ha convertido en un recurso valiosísimo para los equipos de emergencia.

Durante los días más duros, hemos guiado a los equipos de la Guardia Civil y a los servicios de rescate por los canales más complejos, para ayudarles a reconocer el terreno de primera mano y a localizar posibles víctimas. La implicación ha ido más allá de lo esperado: mientras el agua se llevaba consigo restos de naturaleza y humanidad, también hemos colaborado en la limpieza de las zonas más devastadas, armados con poco más que nuestras manos, herramientas básicas y un profundo amor por la Albufera.

“Nos duele verla así, pero nos duele más no hacer nada por ella”.
Este sentimiento compartido se ha traducido en jornadas interminables de trabajo voluntario, donde pescadores, agricultores, guías turísticos y vecinos se han unido en una especie de cadena humana para salvar lo salvable.
Una comunidad que necesita ayuda
Hoy, la Albufera comienza a recuperarse lentamente, pero los problemas para quienes trabajan en ella persisten. Los guías turísticos siguen sin poder retomar su actividad, y las pérdidas económicas acumuladas durante este mes son significativas. Sin ingresos, muchos enfrentan dificultades para mantener a sus familias, reparar sus embarcaciones o incluso cubrir los costes básicos del día a día.
El impacto psicológico es innegable.

“La Albufera no es solo un lugar de trabajo; es nuestra vida. Verla así, y no poder hacer más, es como perder una parte de nosotros mismos”.
Sin embargo, pese a las dificultades, esta comunidad nos mostramos unidos. Todos han ofrecido recursos para ayudar en la limpieza, mientras que los agricultores comparten maquinaria para agilizar la recuperación del entorno. En esta red de colaboración, también hay lugar para la esperanza: muchos visitantes habituales del parque se han ofrecido como voluntarios para apoyar en las labores de recuperación.
La necesidad de visibilidad y apoyo
La situación de los trabajadores de la Albufera pone de manifiesto la necesidad de un apoyo más sólido, tanto institucional como ciudadano. No solo necesitan ayuda para restablecer una actividad, sino también para garantizar que nuestro papel como guardianes de este ecosistema sea valorado y reconocido.
Cuando la Albufera vuelva a brillar
La Albufera no es solo un parque natural, es un espejo de las personas que dependen de ella. Cuando finalmente sus aguas vuelvan a reflejar cielos limpios y el eco de las aves retome su canto habitual, será gracias a quienes, en los momentos más difíciles, se volcaron para devolverle su equilibrio.

Si algo nos enseña esta tragedia es que la Albufera es un espacio que nos pertenece a todos, pero que necesita del compromiso de cada uno de nosotros para que siga siendo ese paraíso único que hemos heredado.
Tal vez, la próxima vez que veas un albuferenç recorriendo sus aguas tranquilas, recuerda que detrás de cada remada hay un corazón que no se rindió, incluso cuando las aguas parecían ahogar más que salvar.